“Casi el 40% de las personas sufre las consecuencias del apego inseguro: ansiedad o incertidumbre”
Rafael Guerrero y Olga Barroso recogen en un libro 12 cuentos originales para enseñar a los adultos la importancia del apego seguro y qué pasos seguir para alcanzar el bienestar emocional
Los neuroduendes, MurbeM, el desván de los recuerdos, la emocicleta o el camaleón, la musaraña y el delfín que componen la tripulación cerebral son algunos de los personajes que pueblan los Cuentos para el desarrollo emocional (editorial Sentir). Un libro de historias concebido con la idea de ayudar a los mayores a desarrollar un apego seguro tanto para ellos como para sus hijos; 12 cuentos originales con los que aprender a entender y gestionar correctamente las emociones. De todo ello hablamos con Rafael Guerrero, licenciado en Psicología Clínica y de la Salud y coautor del libro.
Pregunta: ¿Por qué escribir un libro sobre desarrollo emocional?
Respuesta: Por un doble motivo. En primer lugar, porque toda la investigación relacionada con el apego llega a la conclusión de que el 40 % de los niños, adolescentes y adultos tiene un apego inseguro, es decir, que la manera que tiene de relacionarse con los demás es insegura. Y eso les lleva a situaciones de ansiedad.
La idea de que el apego solo afecta a bebés y niños es un mito, ya que empieza al nacer y dura toda la vida. Esto sucede porque los recién nacidos y los niños necesitan a otros para sobrevivir, mientras que los adultos, aunque nos seguimos vinculando, tenemos más recursos y habilidades para enfrentarnos a las situaciones del día a día. El neonato no es consciente de ello, pero sabe que su supervivencia depende de un tercero; los niños son dependientes por naturaleza, y nosotros tendemos a la independencia.
Por otra parte, creemos que hacer un libro de cuentos es una manera de sensibilizar a la gente, con un lenguaje sencillo y claro, pero a la vez científico, de la importancia que tienen los vínculos de apego. En nuestra consulta nos dedicamos a reparar vínculos de apego con pacientes de todas las edades. [En el libro] damos claves para vincularnos de manera segura con nuestros hijos (o con los demás, que al final es lo mismo).
P: ¿Y por qué cuentos?
R: De siempre, el ser humano ha necesitado contar y escuchar historias, porque el cuento conlleva una narrativa, una historia que pone orden y coherencia en algo que es caótico. Y el hecho de que incluyamos emociones, afectos y sentimientos en los cuentos hace que estos perduren más en el tiempo.
Además, hablar de nosotros no siempre es sencillo. Cuando una persona tiene que hablar de sus traumas, le resulta muy difícil. Por eso, el hecho de que podamos contar la historia de un tercero al que le ha pasado algo similar lo hace más fácil; ayuda a que se pueda sentir identificada con el personaje y que, por ejemplo, vea que no es la única que ha sufrido un abuso sexual. Estos cuentos también sirven para situaciones de abuso y maltrato. ¿Sabías que un 20 % de los niños en España es víctima de situaciones de maltrato?
P: ¿Qué pretenden fomentar los doce cuentos del libro?
R: Hablan de desarrollo emocional. La idea es empoderar al niño, pero también al adolescente y al adulto. Son historias enfocadas hacia los adultos, para que puedan entender de una manera más descriptiva lo que ese capítulo ha explicado de forma teórica, y fomentan el vínculo y la seguridad. El objetivo es hacer que la gente entienda que los niños son dependientes y que necesitan que nos vinculemos con ellos para darles contextos de seguridad y protección.
Otro aspecto igualmente necesario es el de no sobreprotegerles. Hay que optar por un punto intermedio: en algunos momentos se deberá fomentar la autonomía (según corresponda a la edad del niño, de una manera adecuada) y, en otros, la protección, la vinculación y el cariño. Es importante que sepan que confiamos en ellos y que sabemos que el error es parte del proceso... Todo esto ayuda a que entendamos la importancia del vínculo seguro y de una correcta regulación de las emociones.
P: ¿Qué es la educación emocional?
R: Educar en las emociones, así de sencillo. Cuando el mamífero (no solo el humano) nace, tiene la capacidad de expresar emociones, pero lo que tenemos que enseñarles a nuestros niños, y ellos aprender con nosotros y de nosotros, es a identificar sus propias emociones y las de los demás. Una vez que sean capaces de etiquetar una emoción, pasarán por diferentes fases antes de llegar a la última, en la que aprenderán a autorregular sus propias emociones. Al principio no pueden hacerlo por sí solos, y esa función recae en los padres, en los maestros y en la sociedad.
P: Entonces, la pregunta como padres es cuál es la mejor manera de hacerlo.
R: El problema de la educación emocional es que se aprende con otro. Los libros te dan unos pilares teóricos para poder entender, pero para desarrollar esas habilidades (por ejemplo, la empatía), hay que hacerlo socializando con otras personas, hablando, discutiendo, teniendo relaciones sexuales, etcétera.
El proceso involucra tanto a padres como a hijos, y podría resumirse así: lo primero es saber lo que es una emoción, para luego aprender a identificarla y reconocerla. Es fundamental legitimar la emoción, normalizarla y no tratarla como algo disfuncional en el niño ya que, como mamíferos, no decidimos lo que sentimos y lo que no; las emociones simplemente ocurren. El siguiente paso sería reflexionar sobre la emoción, pensar en qué estoy experimentando y por qué lo estoy sintiendo. Todo este proceso posibilitará que yo me pueda ahora ocupar de regular esa emoción; son fases universales que valen para todas las edades. Eso sí: si yo no tengo la suficiente inteligencia emocional, no se la puedo enseñar a mis hijos.
P: ¿Por qué es importante?
P: ¿De qué formas se expresa el apego inseguro?
R: Podemos hablar de tres tipos diferentes. Por un lado, está el apego evitativo. Como su nombre indica, una persona en esta situación rechaza todo lo que tenga que ver con las emociones. Está muy relacionado con el modelo de padre autoritario y machista, que supone un 20 % de la población. Aquí no se fomenta para nada la vinculación, la parte emocional, y en cambio se insiste exageradamente en la autonomía.
En segundo lugar, tendríamos la situación contraria, la del apego ansioso-equivalente. En vez de fomentar la autonomía, se insiste en la vinculación. Es el caso de los padres sobreprotectores, los que están siempre encima del niño, hiperprotegiéndole. Son padres muy inmaduros, que responden según están ellos, no sus hijos: si han tenido un buen día, los atienden; y si no, no. El padre ansioso-ambivalente proyecta sus miedos sobre el niño, y está condicionado por sus propios medios, de manera que ven situaciones de peligro que no lo son tanto, y actúan en consecuencia.
El último tipo es del apego inseguro, un 10 % de la población. No se fomenta ni la vinculación ni la autonomía; es donde nos encontramos casos de abandono, maltrato, abuso, negligencia... Un tanto por ciento importante de los padres tiene psicopatologías como esquizofrenia o trastornos bipolares.